Ginger and Rosa

A veces, de tanto en tanto, aparece una película o serie que nos dice tanto de nosotras y del mundo que habitamos que sentimos la necesidad de gritar sobre esta experiencia avasalladora que acabamos experimentar. Entonces, nos proponemos la noble labor de evangelizar con la palabra de aquello que nos acaba de abrir los ojos. Así me siento desde que vi Ginger and Rosa.

En espera de no subir demasiado la expectativa de la película, les traigo una reseña, escrita desde esta vida transformada que me ha dejado, con su película, Sally Potter. Ginger and Rosa nos cuenta la historia de dos jóvenes, amigas, prácticamente, desde el nacimiento.

Veremos a estas dos enfrentarse a la pérdida de la inocencia, al dejar de ser niñas para ser mujeres, ¿qué podría salir mal?

Rosa es esa chica kul que hace cosas «de grande», fuma, se maquilla, es coqueta, es directa, parece que tiene todas las respuestas en la mano. Aunque también se siente solitaria, su padre se marchó cuando ella era pequeña y se convirtió en el otro adulto de la familia, junto a su mamá. Rosa tuvo que crecer de pronto, no tuvo la oportunidad de una transición.

Ginger, por otro lado, tiene a ambos padres, se lleva mal con su madre, la cree tibia; admira a su padre, por ser rebelde, de izquierda, un artista. Ginger cree que otro mundo puede ser posible, le gusta la filosofía, sabe de feminismo, quiere ser poeta (spoiler: ya lo es). Ginger es, en muchos sentidos, normal, una adolescente promedio, por ello, dejar la inocencia será como recibir una cubetada de agua fría.

Rosa se descubre desde el mundo sensible, la sensualidad, lo tangible; intenta, a través de su cuerpo, asir la vida que le rodea, las personas, las experiencias. Proceso que se vuelve más interesante porque Rosa es muy católica, le gusta el juego de la culpa, de romper la regla, pero de saber también que hay alguien que te quiere incluso cuando te equivocas, sólo es necesario el arrepentimiento.

Por su parte, Ginger navega el mundo de las ideas, la intelectualidad le hace sentir la libertad, el impulso de la juventud, la rebeldía desde su carácter tan introvertido. Duerme aún con sus peluches, no ha besado a nadie, su interés romántico se despierta con figuras interesantes, con pensadores. Por eso admira mucho a Rosa, porque ella es capaz de existir cuerpo a cuerpo, sin miedo aparente.

A Rosa la cubre la violencia directa, los golpes en el cuerpo, el abuso, el sometimiento, se desprende de su cuerpo para ser de otros, ser a placer, sufre el abandono; para Ginger es simbólico, la violencia viene del sistema, la mentira, el engaño, la incapacidad de ser escuchada, la traición. Dejar de ser niñas es complicado.

Sally Porter nos pregunta ¿cómo se pierde la inocencia?, ¿qué se pierde una cuando de pronto ya es mujer, cuando ya tienes que serlo?, ¿qué es más transformador: la certeza de una muerte inminente, la muerte del padre ideal o la pérdida de la mejor amiga?

Esta cinta del 2012 tiene personajes tan bien construidos que es fácil identificarse con ellos, de odiarlos, de ver a otros en sus zapatos. La realidad que vivimos hace que sea extremadamente violento ser niñas, adolescentes, mujeres; hace que desde el segundo uno estemos atravesadas por violencias y ausencias, por sueños rotos, por imposibilidades, y lo único que a veces hace ello soportable es tener a una amiga, que también es humana y se equivoca, que sufre.

Para mí, Ginger y Rosa es sobre crecer y descubrirse, sobre entender a otras mujeres y ver que, en realidad, no somos nuestras propias antagonistas, sino que hay mucho más allá.

Alice G.

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