No estamos todas

La semana pasada las redes sociales se inundaron con las noticias de las desapariciones de más de 15 mujeres en Nuevo León; una niña de 6 años desaparecida en Querétaro, cuyo cuerpo cuerpo fue encontrado tres días después en bolsas de basura, como si los sueños y la imaginación que se tiene a esa edad, pudiesen contenerse así…

Asimismo, este viernes encontraron el cuerpo de María Fernanda en Apodaca, Nuevo León, quien fue reportada como desaparecida 5 días antes, cuando inició la búsqueda incansable por parte de su familia, que, mediante geolocalización, rastreó su celular hasta el lugar donde sería finalmente encontrado su cadáver en avanzado estado de descomposición. Antes no pudieron acceder al domicilio porque no se contaba con una orden de cateo ni se tenían los elementos policiales necesarios para hacerlo.

Las desaparecidas en nuestro país se han convertido en una problemática social que va en escalada, sin (hasta el momento) nada que lo detenga. Día con día nos enfrentamos a diferentes requisitos burocráticos para reconocer a una víctima de desaparición e iniciar con el protocolo de búsqueda; que si cuánto tiempo lleva desaparecida, que si consideramos que se pudo ir por su propia voluntad, que si estaba acompañada o no, que por qué estaba sola a esas horas de la noche… requisitos que revictimizan y ralentizan la búsqueda y el posible rescate de una mujer. Nos hemos acostumbrado a que la “búsqueda” consiste más en encontrar sus restos que en encontrarlas con vida. Pero ¿cuáles son los factores que han provocado esta descomposición social? ¿Con qué fines sustraen y asesinan a mujeres a lo largo y ancho de nuestro país? ¿Qué significa nacer y ser mujer en un país como México?

Existe una infinidad de factores que tienen injerencia en la desaparición de mujeres: trata de personas, prostitución forzada, trabajo forzado, integración forzada a células criminales; pero, definitivamente también existe un factor único y no modificable: SER MUJER. Y es que ser mujer en un país como el nuestro, implica que las personas tengan una subestimación sobre lo que esto significa. Dejando atrás por completo la idealización romántica de la mujer donde se nos dice ser la fuente de amor y comprensión, somos jefas de familia, CEO de empresas, camioneras, trabajadoras de la construcción, es decir, somos parte funcional de la sociedad y además podemos generar vida.

¿Y qué se siente ser mujer en México? Ser mujer en México es vivir en un estado constante de zozobra, de incertidumbre, de miedo, de represión; de no saber si el taxista que me lleva a casa me va a secuestrar y abusará de mí solo porque es “fácil” hacerlo; de elegir dejar de vestirme como yo quisiera porque desde mi tendero a mi médico pueden considerar que estoy buscando ser sometida; miedo de no transitar sin compañía por las calles de mi ciudad, ya que si alguien me ve caminando o manejando sola puede creer que “no tengo quién me defienda” y atacarme.

Hasta ese punto ha llegado la podredumbre social que aunada a la ineficacia e impunidad de las autoridades que nos gobiernan (aún con predominio masculino) hacen la combinación perfecta para que la percepción de “facilidad” ante la ejecución de un secuestro o feminicidio sea percibida por todos los que vivimos en esta sociedad. ¿Qué necesitamos entonces para superar este problema? Pues bien, al ser una PROBLEMÁTICA SOCIAL los cambios deben presentarse en todos los estratos; demostrar que para un feminicidio la justicia también es RÁPIDA y EXPEDITA, que no hay minimización de el actuar entre un sexo y el otro; la tarea de la sociedad es la exigencia, el cuestionamiento y la presión a las autoridades para que no volteen los ojos hacia otro lado y trabajen en cada caso hasta que el/la o los asesinos estén tras las rejas.

Como madres, hermanas, esposas, novias, amigas, etc., debemos sensibilizar sobre el trastorno que representa dañar a una mujer solo “porque se puede”, porque hemos visto que en la mayoría de los casos no hay consecuencias; como mujeres nuestro trabajo es no revictimizar a quienes han sido víctimas de algún delito, si identificamos a otra mujer en problemas ayudarla sin importar dónde esté, lo que vista o en qué estado se encuentre. SIEMPRE AYUDAR. Pero, sobre todo, nuestro más grande reto y el más importante es NO TENER MIEDO DE ALZAR LA VOZ. Estas palabras no regresarán a nuestras hermanas, pero con nuestros actos, las mantendremos vivas y fuertes por siempre.

No hay manera más grande de honrar a las que ya no están que luchando porque no haya ni una menos.

La hija de las flores

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