Los episodios más bellos de mi infancia tuvieron la televisión de fondo, es más, casi puedo decir que ese aparato compitió varias veces con las niñas de verdad por el puesto de “mi mejor amiga”. Nunca me perdí un lanzamiento de juguetes, así que en su momento deseé con toda mi alma la Barbie maestra de arte, el departamento de My Scene y, por supuesto, el fabuloso Micro Hornito de Easy Bake. No necesité gritar o insistir hasta el cansancio, como lo hice para conseguir la Barbie azafata, de pronto tuve la caja entre mis manos.
Supongo que saqué todas las piezas y conté los sobrecitos de masa para pastel; algún adulto leyó el instructivo mientras yo admiraba la pequeñura de los moldes y palitas. En mi rancho era poco probable encontrar un juguete de ese nivel, por lo que imagino que ese día la juguetería se quedó sin más piezas, o muy pocas, y celebró su superioridad ante la competencia. En fin, puse en marcha el micro hornito después de reconocer el funcionamiento de cada cosa y de conseguir el foco de 100 watts que se necesitaba para cocinar.
El gusto me duró poco, la mezcla para pastelitos apenas superó los tres días de juego, después tuve que sustituirla con harina para hotcakes. Nunca hice pizzas ni intenté preparar galletas, tampoco supe dónde conseguir el chocolate o queso para fundir. La alegría me duró poco menos de lo que hubiera durado una bici nueva; a los ocho o nueve años viví una de las decepciones más grandes de mi minúscula vida. Por segunda vez en toda mi existencia sentí el peso de haber elegido un juguete sobre otro, me volví a equivocar.
Aunque sabía de la existencia de repuestos oficiales, las tiendas donde podía conseguirlos me quedaban a tres horas en autobús. Ahora sé que pude utilizar harina para pastel, pero mi mamá siempre se ha resistido a los “preparados artificiales”. Cuando se agotaron los días de felicidad guardé el micro hornito por algún tiempo, después vio la luz máximo 10 veces, cada vez más viejo y amarillento, yo cada vez más alejada de la infancia.
Llegó un momento en el que ya no pude prolongar el presente, de pronto me encontré utilizando el microondas y prendiendo el horno de la estufa con cerillos. La adolescencia me arrancó de la televisión y con la adultez terminé de una vez por todas el vínculo que tuvimos. Algunas veces recuerdo con cariño el departamento de Madison y el convertible de Vacaciones en Jamaica, casi nunca el micro hornito. Pienso, mientras escribo, que me hubiera gustado achacarle todos mis males a su ausencia, pero no hay excusas.
Soy una mujer de 25 años que todavía abraza las almohadas para dormir cuando está sola y no puede comunicarse aunque se dedica a redactar; sin embargo, puedo hablar con objetividad sobre mi pasado. Debo decirlo ahora o callarlo hasta que le niegue el micro hornito a mis descendientes, los pasteles eran bastante mediocres y el tiempo de cocción excesivo; el trabajo en una revista de derecha es mal pagado y la misoginia desgastante. Las afirmaciones no tienen nada que ver entre sí, pero si no lo decía corría el riesgo de ponerme a llorar.
Flor de Hibisco
Nota: El mejor pollo frito es el que se hace en casa, marinándolo en leche y pasándolo sólo por harina con especias antes de freírlo.