Maria

Conceição Evaristo

Olhos D’Água (2014)

Maria estaba hacía más de media hora en la parada del camión. Estaba cansada de esperar. Si la distancia fuese menor, hubiera ido a pie. Era necesario acostumbrarse a caminar. ¡El precio del pasaje estaba aumentando tanto! Además del cansancio, el bolso estaba pesado. El día anterior, domingo, habían tenido fiesta en la casa de la patrona. Ella llevaba para casa las sobras. El hueso de jamón y las frutas que habían decorado la mesa. Obtuvo las frutas y una propina. El hueso lo iba tirar la patrona. Estaba feliz, a pesar del cansancio. La propina llegó en buen momento. Los dos hijos menores estaban muy engripados. Necesitaba comprar jarabe y aquel remedillo para destapar la nariz. Daría para comprar una lata de Toddy[1] también. Las frutas estaban buenas y había melón. Los niños nunca habían comido melón ¿Será que a los niños les gustará el melón?

            La palma de una de sus manos le dolía. Se había cortado, justo en el medio, cuando cortaba el jamón para la patrona. ¡Qué cosas! ¡El cuchillo láser corta hasta la vida!

            Cuando el autobús se asomó por la esquina, Maria inclinó el cuerpo asegurando la bolsa, que estaba en el piso, entre sus piernas. El camión no estaba lleno, había lugares. Ella podría descansar un poco, dormitar hasta la hora de bajar. Al entrar, un hombre subió por detrás del último asiento, haciendo una señal para el cobrador. Pasó en silencio, pagando el pasaje de él y el de Maria. Ella lo reconoció. Cuánto tiempo, ¡qué nostalgia![2] Cómo era difícil continuar la vida sin él. Maria se sentó al frente. El hombre se sentó a su lado. Ella se acordó del pasado. Del hombre acostado con ella. De la vida de los dos en el barranco. De las primeras náuseas. De la panza enorme que todos creían gemelos, y de la alegría. ¡Qué bien! ¡Nació! ¡Era un niño! Y se habría de convertir en hombre. Maria vio, sin mirar, que era el padre de su hijo. Él permanecía igual. Hermoso, grande, el mirar asustado sin fijarse en nada y en nadie. Sintió una tristeza inmensa[3] ¿Por qué no podía ser de otra forma? ¿Por qué no podían ser felices? ¿Y el niño, Maria? ¿Cómo está el niño? cuchicheó el hombre. Los extraño, ¿sabes? Tengo un vacío en el pecho, ¡una gran nostalgia! ¡Estoy solo! No me casé, no quise a nadie más. ¿Tú ya tuviste otros…otros hijos? La mujer bajó los ojos como pidiendo perdón. Sí. Ella tuvo dos hijos más, pero tampoco tenía a nadie. Salía, apenas de vez en cuando, con uno que otro hombre. ¡Era tan difícil estar sola! Y de esos repentinos y locos encuentros en la cama, surgieron los dos hijos menores. Y mira, ¡hombres también! ¿hombres también? Ellos habrían de tener otra vida. Con ellos todo habría de ser diferente. ¡Maria, no te olvidé! Está todo aquí, en el agujero del pecho…

            El hombre hablaba, pero continuaba estático, preso, fijo en el asiento. Susurraba las palabras a Maria, sin girarse hacia ella. Ella sabía lo que el hombre decía. Él estaba hablando del dolor, del placer, de la alegría, del hijo, de la vida, de la muerte, de la despedida. Del vacío y la angustia en su pecho…Esta vez él susurró un poco más alto. Ella, aún sin escuchar bien, adivinó su discurso: un abrazo, un beso, un cariño para el hijo. Inmediatamente después se levantó sacando el arma. Otro en la parte de atrás gritó que era un asalto. Maria estaba muy asustada.  No de los asaltantes. No de la muerte. Sí de la vida. Tenía tres hijos. El más grande de once años, el hijo de aquel hombre que estaba allí frente a ella con un arma en la mano. El de atrás venía recogiendo todo. El conductor continuaba el viaje. Había silencio de todos en el autobús. Apenas se escuchaba la voz del otro pidiendo a los pasajeros que entregaran todo rápidamente. El miedo a la vida iba aumentado en Maria. Dios mío, ¿cómo sería la vida de sus hijos? Era la primera vez que ella veía un asalto en un camión. Imaginaba el terror de las personas. El cómplice de su expareja pasó al lado de ella y no le pidió nada. ¿Si fuesen otros los asaltantes? Ella tendría una bolsa de frutos, un hueso de jamón y una propina de cien cruceros[4] para dar.  No tenía reloj en el brazo. Ningún anillo o sortija en las manos. ¡No! En las manos sí tenía algo. Tenía una profunda cortada hecha con un cuchillo láser que parecía cortar hasta la vida.

            Los asaltantes se bajaron rápido. Maria vio nostálgica[5] y desesperada al primero. Fue cuando una voz despertó el coraje de los demás. Alguien gritó que aquella puta descarada de al frente conocía a los asaltantes. Maria se asustó. Ella no conocía ningún asaltante. Conocía al padre de su primer hijo. Conocía al hombre que había sido de ella y que todavía amaba mucho. Escuchó una voz: Negra descarada, estaba colaborando con esos dos. Otra voz vino del fondo del camión añadiendo: ¡Calma, gente! Si ella estuviese con ellos, también se habría bajado. Alguien argumentó que no se había bajado sólo para disimular. Que realmente estaba con los ladrones. Fue la única en no ser asaltada. Mentira, no fui asaltada y no sé por qué. Maria miró en dirección de donde provenía la voz y vio un muchachito negro y flaco, con facciones de niño que le recordaban vagamente a su hijo. La primera voz, la que despertó y reunió el coraje de todos, pasó a ser grito: ¡Aquella puta, aquella negra cínica estaba con los ladrones! El dueño de la voz se levantó y se encaminó en dirección a Maria. La mujer sintió miedo y rabia. ¡Qué mierda! No conocía a ningún asaltante. No le debía satisfacción a nadie. Mira nomás, la negra incluso es atrevida, dijo el hombre, dando una bofetada en el rostro de la mujer. Alguien gritó: ¡Lincha! ¡Lincha! ¡Lincha!… Algunos pasajeros se bajaron y otros volaron en dirección a Maria. El chofer había parado el camión para defender a la pasajera:

—¡Cálmense! ¿Qué locura es esta? Yo conozco a esta mujer de vista. Todos los días, más o menos a esta hora, toma este camión. Viene del trabajo, de la lucha para mantener a sus hijos…

¡Lincha! ¡Lincha! ¡Lincha! Maria sangraba por la boca, por la nariz y por los oídos. La bolsa se había reventado y las frutas rodaban por el piso. ¿Será que a los niños les gustará el melón?

Todo fue tan rápido, tan breve, Maria extrañaba a su expareja. ¿Por qué estaban haciendo esto con ella? El hombre había dado un abrazo, un beso y un cariño para su hijo. Ella necesitaba llegar a su casa para darle el recado. Estaban todos armados con cuchillos láser que cortan hasta la vida. Cuando el camión se vació, cuando llegó la policía, el cuerpo de la mujer estaba todo lacerado, todo pisoteado.

Maria quería tanto decir a su hijo que el padre le había mandado un abrazo, un beso y un cariño. 


[1] Chocomilk

[2] “Qué saudade!” Saudade es una palabra que no tiene una equivalente en español, sin embargo, se le suele identificar como nostalgia. La palabra alude al recuerdo grato de una persona ausente, de un momento pasado o de algo que no se ha tenido. En plural y en este tipo de expresiones hace alusión a buenos recuerdos. También se suele usar como saludo. En este caso específico, parece ser una mezcla de lo segundo y lo último.

[3] “Mágoa imensa”: Mágoa también puede hacer referencia a ‘dolor de alma’, disgusto o amargura. 

[4] Cruzeiro, moneda brasileña.

[5] En el original “saudosa”

Traducción por: Sabandija,
algunas veces Buganvilia ácida
y otras muchas Sadinside