Traía un suéter rosa con blanco y un vestido claro, mi estatura no alcanzaba la mesa y difícilmente podía subir sola a una silla, no obstante, mis ganas de meter las manos en la masa eran tales que fui por un mandil y pedí que me pusieran enfrente del asunto. No sé cuál era la celebración en turno, ni por qué se requería una cantidad tan aparatosa de tamales; tampoco recuerdo la consistencia que encontraron mis dedos en el recipiente, ni la esencia predominante del día, pero al ser mi primer encuentro con la cocina lo atesoro en más rincones de los que me sería útil.
Ese espacio de tres por tres se convirtió en mi lugar, me gustaban las licuadoras prendidas, las visitas esporádicas de las batidoras y el olor del horno al precalentarse. Ya que mi familia tiene una cenaduría, desde muy chica aprendí el truco para que el frijol no se cayera de las gorditas y supe cuándo el repollo ya no aguantaba una hora más.
A los diez años me soltaron la estufa y casi volé el microondas al meter brochetas envueltas en aluminio. Las primeras recetas que “inventé” fueron vegetarianas porque la carne cruda me aterrorizaba, pronto distinguí cuáles especias iban bien con cuáles sabores y cuáles era mejor dejar empolvarse. De los trece a los dieciséis quise ser chef, tanto así que mi programación se componía, únicamente, de canales de cocina por televisión. Después llegó la literatura echando a perder todo (jaja bromi).
Tras mi alejamiento de las cocinas, busqué canales de Youtube en los que compararan la pizza más cara y la más barata del mercado, me explicaran a qué sabe el cuy o reseñaran restaurantes. La sustitución fue exitosa y las ansias por ampliar mi bagaje gastronómico se aplacó sin registrar memorias en el gusto u olfato. Me declaré amante de Masterchef y sus chistes malos, de guardar recetas con ingredientes inconseguibles o ver tiny cooking por horas. Un poco más tarde, al sellar mi destino godín en los medios de comunicación, reconfiguré mis sueños, me sorprendí pensando en revistas gastronómicas. Empiezo esta columna debido a que el gremio que anhelo es celoso y rastrear un contacto para ingresar parece más difícil que hacer repostería sin experiencia ni medidas.
Hablaré de recetas, canales, haré reseñas de restaurantes, criticaré las pasas como si en realidad no me gustaran y enlistaré las razones por las cuales conviene hacer el yogurt griego y no comprarlo. A partir de hoy, cada martes me abriré a un público desconocido para mostrar una pasión no tan oculta. Hasta este momento no sé hasta qué punto servirá mi formación literaria en este espacio, así que estoy emocionada. Saquen las miserables, sacudan los especieros, vamos a darle.
Nota: La pasta no se quiebra por ningún motivo.
-Flor de Hibisco