Ha pasado mucho tiempo desde la primera vez que intenté. Ese día me puse una blusa de flores, parecida a las que usaba y me senté en el colchón, a ras de suelo, para escribir. Todavía les quedaba vida a los momentos que me parecen agrietados, más distorsionados de lo conveniente. El último día la visité en pijama, se veía igual que siempre, pero noté un hueco en su sonrisa. Hablamos de muchas cosas, algunas sólo para llenar los silencios, porque quería borrar todo lo que pudiera pensar sobre el futuro. Quise mantenerla en el presente.
Sentadas una frente a la otra, platicamos otra vez del día en el que nací y del miedo que tenía de no verme crecer. Entre usted y yo circulaba el olor a maíz y frijoles recién hervidos, con la intensidad que recuerdo desde niña. Ahora entiendo que ese día el aire me supo a hierbabuena, uvas maduras e higos, pero no fui capaz de reconocerlo. Uno a uno, los pedacitos de durazno de su plato desaparecieron, mientras volvía a contarle cómo descubrí todas mis alergias. Le agradecí haberme escuchado con el mismo interés, como si fuera lo suficientemente novedoso.
Llevo meses recordando los dulces de la tiendita y los misterios encerrados en la cocina de leña. Abuelita, la extraño mucho. En este momento siento la urgencia de recostarme en su cama, a metros de la estufa, para colorear mis sueños pequeñitos de tomatillo tostado y caldo de albóndigas. La última vez hablamos de todas las cosas, con mucha paciencia, como si la adultez hubiera sido una ilusión. En mi intento de sostenerla en el presente le repetí mi lista de comidas favoritas, tal vez aparecieron algunas que probamos juntas, ya no estoy segura.
Aunque fue una visita corta, se prolongó lo suficiente como para prometer el regreso y olvidar la confusión de los tacos del día anterior. Le di un abrazo antes de irme, envueltas por el alma de la cocina. Dejando atrás el vapor de las ollas y el sonido del refri, le prometí que regresaría en dos semanas. Abuelita, al final me quedé a decenas de kilómetros y cuatro días. Me faltó tiempo. Todavía no acabo de entender cómo se vació la cama a metros de la estufa, ni cómo el cuarto se llenó de desconocidos.
Te quiere, Paolita
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