Me dijeron que ya no escribiera sobre violencia. Me lo dijeron en clase y lo excusaron con que debo construir mis personajes y tramas desde otro lado. No encuentro ese otro lado. En todos los escenarios que imagino identifico alguna violencia: sistemática, de género, sexual, psicológica, física.
Pienso en mis personajes. Mis protagonistas son mujeres. Escribo de nosotras, de mí, desde mí. Escribo desde mi menstruación, desde mi placer, mi cuerpo, mi danza, mis sueños. En lugar de prohibirme escribir “cuentos violentos”, me hubiera gustado que me preguntaran por qué los escribo, así, hubiera respondido que escribo de y desde mi historia
Creo que “violentos” no es un buen calificativo, prefiero llamarlos rabiosos, prefiero decir que son catárticos. Sí, a veces describo algunos detalles de la violación, que son inventados o son mis recuerdos perdidos asomándose; y otras veces me concentro en el dolor de haber sido víctima, la desesperanza, la falta de oxígeno, el no querer seguir [sobre]viviendo.
Y casi siempre, después de eso viene la rabia, viene el enojo expresado con libertad. En mi universo literario cada víctima elige su forma de justicia y cada una es válida. La venganza, la muerte, la tortura, el olvido, el perdón. Las mujeres que escribo son como las mujeres que me rodean: fuertes, poderosas, valientes, resilientes, hermosas. También han sido violentadas.
Pienso que mis demás compañeras y compañeros de taller también escriben sobre violencia, sobre pobreza, desaparición forzada, amor romántico ¿Por qué a ellos sí se los permite y a mí no? ¿Es porque solo hablo de violencia sexual? ¿Porque mis agresores son padres, hermanos, tíos? Supongo que sería más fácil si fueran extraños, pero a mí no me violó un extraño.
¿Hay otros aspectos de mi vida de los que puedo escribir? Claro, podría escribir sobre mis mascotas, sobre el ballet, sobre la universidad. Aunque en mi necesidad por tener una compañía perruna, por bailar y por estudiar una profesión en la que pueda darle voz a las personas, está inmersa mi eterna rabia por haber sido víctima.
¿Esto quiere decir que todo lo que hago gira alrededor de la agresión? No, no lo creo, bailo para conocer y sentir mi cuerpo; estudio periodismo porque me encanta, aunque no quiera ejercerlo. Pero cuando escribo es otra cosa.
Cuando escribo es para desahogarme, para drenar las emociones. Dejo todo en el papel, la tristeza, la angustia, la rabia, la denuncia que nunca pude hacer, la justicia legal que no me llegará, el dolor, la disociación, la confusión, mis recuerdos bloqueados, mi infancia distorsionada y borrosa.
Sé que si algo tiene la literatura es que siempre puedes decir que es ficción, escudarte en que la obra no refleja nada de tus vivencias. Yo no creo que eso sea posible, porque la objetividad es fantasía, pero a riesgo de equivocarme, a[de]claro que al menos, con mis escritos eso no es posible.
Mis protagonistas siempre tienen algo de mí, son parecidas a mí de muchas formas. Los agresores pueden tener distintos nombres, ocupaciones, edades, parentescos y maneras de violentar, pero en mi mente siempre van a ser mi Tío G.
¿Por qué escribo de algo tan doloroso? Para empezar, es una decisión política, nunca más silencio significa que, si no puedo denunciarlo, lo voy a llevar al tribunal literario tantas veces pueda y quiera. De igual manera, cuando estaba en depresión y no podía dormir a causa de las pesadillas, buscaba leer algo que me reconfortara, que me hiciera sentir acompañada y abrazada; eso busco cuando escribo, hacerles saber que no estamos solas. Y por último, esto de convertir mis heridas en historias se me da bien y no es motivo para avergonzarme.
No es la primera vez que alguien me dice que no escriba de lo que escribo. Razones ha habido varias: que porque tenía doce años y cómo una niña iba a tratar ese tema, que porque soy mujer y puedo contar historias “más bonitas”, que porque debo dejar de vivir en el pasado, que porque la venganza no es correcta, que es mejor perdonar. Sí, sí, los escuché a todos, pero me niego a dejarlo. Me niego a que alguien me prohíba luchar desde esta trinchera.
No soy escritora gracias al abuso, sino a pesar del abuso. El lenguaje escrito me permite sacarlo de mí, de a poquito y a veces con mucho dolor, pero tengo que dejarlo afuera para que no me ahogue por dentro.
Así que, pregunta seria, maestra, ¿cómo le hago para no escribir de violencia? ¿Dónde está ese otro lado desde el que tengo que crear? Y de paso, si ese otro lado es una villa utópica en la que ninguna ha sido violentada, ¿me puedo mudar allá?