Me siento sola.
No sé cómo explicar la soledad. Se parece mucho a la depresión (¿estoy sola o estoy deprimida?). Ambas llegaron de golpe. Un día desperté y estaba sola. Un día me quería morir y no había nadie a quien contárselo. Un día me enamoré y no había quién me escuchara. Un día tuve una fiesta de cumpleaños y no llegaron.
Como algo contradictorio, puedo describir a la soledad como un abrazo. Cuando me hago bolita entre mis cobijas e intento convencerme de que no estoy sola, ella me abraza. Se sube a mi espalda y me rodea con sus brazos. Me dice que sí, que estoy sola y que no es la primera vez.
Me dice que mi infancia fue solitaria. No tuve hermanos ni hermanas, crecí jugando conmigo misma, crecí entre adultos. Así que estuve sola, sí, pero imaginaba la compañía y con eso me bastaba. Mi naturaleza introvertida no buscaba con quién jugar, de hecho, huía de los demás. Entonces, la soledad no me importaba mucho, quizá ni siquiera conocía la palabra.
En la preadolescencia empecé a disfrutar mis tiempos a solas. El silencio que podía rellenar con Avril Lavigne y Taylor Swift, la casa que era toda para mí y la privacidad que me permitía autoexplorarme. Me encantaba estar sola (¿será que solo estaba sola, pero no me sentía sola?) y no entendía a las personas a las que no les gustaba la soledad.
En la adolescencia, cuando la depresión entró a mi vida vino acompañada de muchos amigos: estrés postraumático, ansiedad, insomnio y trastornos alimenticios. Mi depresión es nocturna. Le gusta salir con la luna, no le gusta dormir, ni escribir ni leer. Le encanta ser grosera y es fan de escuchar música a todo volumen.
Las personas siempre me decían, “cuando te sientas mal, háblame”, pero cuando les llamo Morfeo ya les apagó el celular. Me hallo sola. Sin nadie a quien decirle “hey, me violaron de chiquita y los flashbacks me están matando”; sin nadie que me abrace como necesito que me abracen; sin nadie que se quede conmigo a ahuyentar las pesadillas.
Sola.
Me siento sola.
Decirlo hace que el estómago se me revuelva (¿estoy sola o sólo tengo gastritis?). Hace que llore. ¿Cuánto tiempo llevo sintiéndome así? No sé.
En la facultad conocí personas increíbles. En la facultad me sentí querida. Tuve un lugar seguro (¿sí lo tuve o lo imaginé?) y no sé en qué momento se desbarató. No supe cuándo sucedió el temblor que agrietó la estructura y que, de a poquito, ha ido derrumbando el safe-place.
No sé por qué me siento así. ¿En serio no tengo amigas, amigos? ¿O solo no me corresponden como yo necesito que me correspondan? ¿El problema soy yo? ¿Hice algo mal? ¿En verdad estoy sola?
Estoy triste. Estoy sola. Busco respuestas.
Alguien me dice que no entiende qué es sentirse sola. Mamá y papá dicen que las amistades son escasas, casi cuentos de hadas; que quizá sí estoy sola, pero que no es malo, que así pasa. Alguien más me dice que tal vez es una señal (¿estoy sola o es la cancer season?), que puede que yo las quiera mucho, pero que no sean lo que necesito, que no conecto, que no encajo con ellas.
No encajo.
Sí, tal vez no encajo. Tal vez soy una pieza de rompecabezas perdida. O tal vez soy un rompecabezas completo y sigo encontrando la forma de armarme y quién me ayude a hacerlo. Pero por ahora, al menos hoy, es un hecho.
Me siento sola.